Se mueve en la silla. “¿Salgo bien?”. La cámara aún no arranca. Él sigue bromeando sobre hacer la entrevista bailando y se arregla el pelo con las manos. Volvemos a cambiar la tarjeta para ver si el problema es de esta. Le pido perdón y un par de minutos para solucionar el problema. “Cosas del directo”. Sonríe antes de adoptar la expresión seria con la que solemos verlo en clase, y la cámara comienza por fin a grabar.
“Una serie de infiltrados de lo mejorcito que ha tenido nuestro país”, así comienza Fernando Rueda a describir al grupo de espías que protagonizan su último libro, Líneas rojas. La historia de una conspiración de hace 20 años que investigó Mikel Lejarza, “único personaje identificado con nombre y apellidos en la historia”.
Del tema del espionaje, Rueda no solo sabe mucho después de 19 historias publicadas sobre este ámbito, también lo ha vivido en primera persona. El profesor recuerda cómo le sorprendió el comentario del director del servicio secreto tras leer una de sus historias. Tres días después de aterrizar la historia en las librerías, este comentó en una rueda de prensa que le parecía que Fernando se había “pasado” con los detalles sobre sus hijos en el libro. Esto, en efecto, era así, pero en un manuscrito que nunca llegó a salir del ordenador que el escritor guarda en su casa.
Sin embargo, tal y como aclara, escueto, el profesor: “El trabajo del periodista es publicar las historias, aunque el servicio secreto intente desacreditarte”. Por ello, en esta entrega, Rueda nos acerca a una nueva historia, otra vez de la mano del “espía más importante de nuestro país y el que ha tenido más éxitos”, aunque en ocasiones, como refleja la trama, estos éxitos puedan tener una consecuencia inmediata y fatal para el personaje.
“Aquello que todos sabemos que no podemos saltarnos”, afirma Rueda, pero que “por cumplir una misión” acabas saltándote, es lo que une a los personajes del libro. Esas “líneas rojas” que los espías traspasan en su empeño por cumplir con la misión que les han otorgado reúne a los mejores agentes de nuestro país en una historia que se desarrolla entre Malta, España y Francia, y que pone el foco, como recalca el autor, en “los conflictos morales que genera a posteriori haberse saltado estas líneas”. Rueda ejemplifica este sacrificio de la profesión en uno de los personajes, un guardia civil que se infiltra en un grupo de extrema derecha que planeaba un atentado contra la familia real en los años 80. Dicha infiltración tiene una doble consecuencia: el éxito profesional al cumplir la misión y “un desastre a largo plazo y algo que le trastocó la vida” para Paco Lerena, en su faceta de policía más allá de espía infiltrado.
“Llevan una mochila que les pesa, de sufrimientos pasados”, y esa mochila a la que se refiere el profesor es precisamente lo que atormenta a los personajes: las consecuencias de una vida como espías, en la que en muchas ocasiones no han podido evitar que el personaje “intoxique” a la persona. “En la vida de un infiltrado instan a dividir tu cerebro en dos cajas fuertes: una con tu vida pasada, tu familia, y otra caja fuerte con tu tapadera. Se trata de que estén separadas y no se intoxiquen una de la otra”.
Cuando no consigues evitar esta intoxicación, ocurre lo que le pasó a Aránzazu Berradre: “La infiltrada tuvo que relacionarse, para detener a todo el comando Donosti, con dos etarras sanguinarios que se enamoraron de ella. Fue un desastre para ella, aunque esto le permitiese detener a todo el comando, porque esto te trastoca”.
Y este desastre del que habla Rueda parece un patrón entre aquellos que han alcanzado la cúspide en la profesión. Fernando San Agustín es otro espía, ya jubilado, que ha pasado por una situación similar. En el libro, Rueda lo encarna en “Fred”, y en la realidad comparte con el personaje, además del ingenio y buen humor, las secuelas morales de una vida dedicada a la profesión. Rueda repite la frase que en una de las “montones de horas de charla” que ha compartido con San Agustín, se le quedó grabada del exespía: “Quien nos mata, muere”.
“Le dispararon tanto como dispararon a los etarras”, afirma Rueda al ser preguntado sobre la persecución que hoy, más de 49 años después, ha devuelto el nombre de Mikel Lejarza a los titulares. Es la querella que los familiares de un etarra asesinado durante esa redada, apoyados por Bildu, han interpuesto para apuntar a Lejarza, a pesar de que, como menciona Rueda, “un infiltrado jamás toma las armas contra sus compañeros”, persiguiendo, como afirma el autor, “el relato de qué malos han sido ellos y qué buenos nosotros”. En titulares, en el informativo y ahora de nuevo en librerías, El Lobo continúa activo de una forma u otra en la sociedad española, más allá de que, como apunta quien ahora vuelve a dar voz a su historia, lleve camuflado en la sociedad “más de 40 años”.