La maldición de los Romanov: ¿hasta qué punto puede ser cierta?

¿Fue un final determinado o más bien uno buscado?

Durante más de trescientos años, los Romanov gobernaron Rusia con mano firme, consolidando uno de los imperios más poderosos y extensos de su tiempo. Sin embargo, su reinado culminó en una tragedia con la ejecución de Nicolás II y su familia en 1918. La pregunta que muchos historiadores se hacen es cómo pudo suceder algo así. ¿Cómo terminó una familia que parecía tenerlo todo en un destino tan oscuro?

Bajo las investigaciones de Rose Bennet, historiadora, los rumores comenzarían aproximadamente en el 1613, Cuando supuestamente un monje llamado Filareto I de Moscú (1596-1645)—padre de Miguel I, el primer zar de los Romanov—, quien supuestamente habría pronunciado una profecía:

«Los descendientes de los Romanov serán arrastrados por las aguas del sufrimiento, debido a la sangre derramada en los pasillos del poder.»

Filareto I de Moscú
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No existe evidencia concreta de que Filareto realmente pronunciara estas palabras; más bien se trata de una leyenda transmitida de generación en generación. Sin embargo, como ocurre con los mitos, la percepción popular convirtió cada evento desafortunado o contratiempo de la familia en la manifestación de aquella maldición.

 

«Indicios» de aquella maldición

Uno de los episodios más inquietantes de la historia está ligado a Pedro el Grande. Artífice de la modernización rusa, llevando al imperio hacia una era de reformas profundas y acercándose cada vez más a los estándares europeos. Igualmente Pedro no estuvo exento de conflictos personales. Su hijo, Alejo Petróvich Románov, representaba lo contrario: una Rusia tradicional, anclada en antiguas costumbres. El choque entre la visión moderna del padre y la concepción conservadora del hijo derivó en una relación extremadamente tensa. Hasta que finalmente, Alejo fue acusado de conspirar contra su propio padre y terminó arrestado. Aunque Pedro no ordenó directamente su ejecución, muchos historiadores coinciden en que fue responsable indirectamente. Ya que Alejo falleció en prisión bajo condiciones sospechosas, y algunas fuentes sugieren que su muerte fue más bien una ejecución encubierta, y no la consecuencia de una enfermedad como se afirmó oficialmente. Para muchos, fue el primer indicio de que algo oscuro acechaba a la familia. Porque, si un padre podía actuar de esa manera contra su propio hijo, ¿qué más podría ocurrir en el futuro?

Un momento decisivo ocurrió en 1762. Pedro III, zar de aquel entonces, no gozaba de popularidad y su estilo de gobierno fue considerado desastroso. Su esposa, Catalina, decidió actuar mediante un golpe de Estado, asumiendo el poder de manera pragmática. Lo más sospechoso de este episodio fue la muerte inesperada de aquel zar. Oficialmente se informó que falleció a causa de insuficiencia respiratoria tras ser arrestado. Sin embargo, circularon teorías contradictorias. Algunos informes sugieren que fue golpeado o incluso estrangulado, y hay quienes sostienen que sus propios oficiales —probablemente bajo órdenes de Catalina— fueron responsables de su muerte. Aunque Catalina se acabó consolidando como una de las monarcas más exitosas de Rusia, este inicio dejó una huella indeleble en su reinado, reforzando la idea de que el poder de los Romanov siempre estuvo acompañado por la tragedia.

Otro capítulo importante: el de Alejandro II, conocido como el zar reformador. Al inicio de su reinado, fue una figura popular en Rusia. Ya que él impulsó la abolición de la servidumbre, una medida que transformó la vida de millones de campesinos en todo el imperio. Sin embargo, con el tiempo se ganó enemigos poderosos, tanto entre conservadores como entre grupos revolucionarios. Sus intentos de modernizar el país no fueron suficientes para frenar el creciente descontento social que se gestaba en distintos sectores de la sociedad. En 1881, un grupo revolucionario llamado Naródnaya Volia organizó un atentado contra él. Aunque sobrevivió al primer ataque, un segundo atentado acabó con su vida: una bomba lanzada contra su carruaje terminó con su reinado. Este hecho no solo afectó a la familia imperial, sino a toda Rusia, marcando un giro radical en la historia del país. 

 

La gota que colmó el vaso

Llegando así a 1896, Nicolás II, el último zar de la dinastía, fue coronado en una ceremonia que debía simbolizar el inicio de una nueva era para Rusia. Sin embargo, el día esperado para la celebración se convirtió en un acontecimiento desastroso: la conocida tragedia de Jodynka. Durante las festividades en el suburbio, la multitud que asistía a la entrega de regalos y comida para la ocasión se aglomeró de manera descontrolada. La falta de organización y seguridad provocó una estampida masiva. Como resultado, murieron aproximadamente 1.389 personas y más de 1.300 resultaron heridas, alcanzando una conmoción a nivel nacional. Este episodio empañó el inicio del reinado de Nicolás II y reforzó la idea de que la dinastía Romanov parecía estar siempre marcada por la desgracia.

Desde ahí, la tensión en Rusia crecía como una olla a presión a punto de estallar, y los Romanov, lamentablemente, parecían ignorar cómo manejarla. Uno de los grandes fallos de la familia imperial fue su incapacidad para adaptarse a los cambios que se produjeron en la sociedad rusa. Mientras millones luchaban por sobrevivir en condiciones cada vez más duras, la familia seguía con su vida de lujo, sin ofrecer soluciones efectivas a las crisis sociales y políticas acumuladas.

Esta desconexión alimentó el descontento que desembocaría en la Revolución de 1917, liderada por Lenin. Entre los episodios que reflejaron la fragilidad de la dinastía destacaba el asesinato de Rasputín, consejero cercano a la familia y considerado un traidor por muchos. Su influencia sobre Nicolás II y Alejandra se debía, en gran parte, a su papel como guía espiritual y a la creencia de que podía proteger a la familia, especialmente por su cercanía con el joven Alexis y sus problemas de salud. La idea de los conspiradores era que al eliminar a Rasputín, la familia imperial podría recuperar el control y tal vez evitar su inevitable caída. Sin embargo, el resultado fue opuesto: su muerte sumó más caos a una dinastía ya al borde del colapso.

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Rasputín siempre estuvo rodeado de muchas profecías. Una de las más comentadas —y quizás la más escalofriante— fue una que, según se dice, dejó escrita antes de su muerte, en una carta dirigida al zar Nicolás II. En ella, Rasputín explicaba con sorprendente claridad lo que sucedería dependiendo de quién fuera el responsable de su asesinato.
Decía lo siguiente:

 

 

“Si soy asesinado por campesinos rusos, la dinastía imperial seguirá su curso sin mayores problemas.
Pero si quienes me matan son los propios parientes de la familia imperial, el destino será mucho más oscuro.”

El caso es que uno de los conspiradores en el asesinato de Rasputín fue nada menos que el Gran Duque Dmitri Pavlovich, primo del zar Nicolás II. Y, curiosamente, menos de dos años después, la familia imperial fue ejecutada.

La Revolución Rusa no sólo puso fin al Imperio, sino que selló trágicamente el destino de la familia. En marzo de 1917, presionado por el creciente descontento y la fuerza de los revolucionarios, Nicolás II se vio obligado a abdicar. La familia fue arrestada y trasladada primero a Tsárskoye Seló, luego a Tobolsk, y finalmente a Ekaterimburgo, en Siberia. Durante su reclusión, las condiciones fueron extremadamente duras: aislamiento total, escasez de comida y trato cada vez más severo. 

En la madrugada del 17 de julio de 1918, Nicolás II, su esposa Alejandra y sus cinco hijos vivieron su última noche. Fueron despertados abruptamente y llevados al sótano de la casa donde estaban recluidos, y entre aquellas cuatro paredes fueron fusilados. También fueron ejecutados varios empleados cercanos: el médico personal, un sirviente de confianza y otros miembros del personal. La razón oficial era para evitar que los Romanov se convirtieran en símbolos o instrumentos de propaganda para los opositores del nuevo régimen. En cuestión de horas, el último vestigio de la Rusia zarista desapareció. La noticia de la ejecución se propagó rápidamente dentro y fuera del país, marcando el cierre definitivo de una era. Este trágico final reforzó la creencia en la maldición que, según muchos, había perseguido a la familia desde sus orígenes.

 

Percepciones actuales 

La idea de que la familia estuviera bajo una maldición resulta fascinante y comprensible por todas las tragedias ocurridas. Sin embargo, no todo es tan claro. La autenticidad de la supuesta profecía de Rasputín está en duda. La única fuente que menciona una carta proviene de memorias cuya fiabilidad ha sido cuestionada, y no existe registro independiente que confirme su existencia. Muchos historiadores consideran que esta historia podría ser una invención posterior, creada para dar a la tragedia de los Romanov un aire de destino inevitable. Después de todo, como bien menciona Rosa Bennet: cuando algo sale mal, siempre es tentador buscar un culpable, ya sea una persona o algo más místico. Fueron poderosos, respetados y parte de una élite que parecía inmune al tiempo… hasta que no lo fue. Como tantas otras dinastías, los vientos de la historia los arrastraron irremediablemente.

Romanov
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  • Estatua de bronce en honor a los últimos sobrevivientes de la dinastía, en la provincia de Nizhni Nóvgorod, Rusia. Todos ellos fueron canonizados por la Iglesia ortodoxa rusa como «portadores de la pasión».

Los Romanov quedan como un recuerdo vivo de cómo el poder absoluto, la fortuna y la historia pueden entrelazarse con la tragedia humana, dejando una lección que trasciende siglos y fronteras.