El 20 de noviembre de 1975, España amaneció con una noticia que cambió para siempre el rumbo del país. Cincuenta años después, justo en su aniversario, la Universidad Villanueva recibió a uno de los periodistas que estuvo allí cuando la historia ocurrió: Mariano González, entonces joven redactor de Europa Press y testigo directo de la larga madrugada en la que murió Francisco Franco.
González recordó ante los estudiantes sus años de formación, cuando estudiaba Ciencias Políticas y, casi en paralelo, se matriculó en la Escuela Oficial de Periodismo. “Acabé las dos cosas a la vez”, explicó, evocando un periodo marcado por la revolución del 68 pero también por una prensa española “muy anestesiada porque no había libertad”. Aunque la Ley de Prensa de 1966 abrió tímidamente el espacio informativo, el control seguía siendo estricto: “Te devolvían el teletipo con tachaduras en rojo diciendo que aquello no lo podías decir”. En aquel contexto, era impensable que un medio privado pudiera adelantar un acontecimiento de tal alcance institucional como la muerte del jefe del Estado.
El periodista reconstruyó después su turno de noche en el Hospital de La Paz, asignado casi por obligación y convertido en uno de los momentos cruciales de su vida profesional. Habló de las horas de espera, de los partes médicos en lenguaje hermético y de la entrada y salida de figuras del régimen. Pero nada fue tan revelador como detectar los movimientos casi consecutivos de los responsables de la Casa Civil y la Casa Militar del dictador en los sótanos del hospital. Aquello, dijo, “solo podía significar” que la situación había cambiado. Su aviso activó un mecanismo interno que permitió confirmar la noticia antes que nadie y romper por primera vez la rigidez informativa del franquismo desde un medio no controlado por el régimen.
La exclusiva impulsó su carrera. González explicó que pasó “de estar haciendo magnetofones”, revisando grabaciones de corresponsales, a ocupar un puesto en la sección de Gobierno. Desde allí cubrió la Ley para la Reforma Política, la aprobación de la Constitución y las primeras legislaturas democráticas, hasta convertirse en redactor jefe del Congreso. “Puede decirse que aquello sirvió”, resumió, con la sobriedad de quien sabe que los giros profesionales no suelen tener épica, sino oportunidad y trabajo.
Preguntado por cómo ve el periodismo actual en comparación con el que él vivió, González reflexionó sobre la transformación de la relación entre los hechos y su interpretación. Aseguró que hoy percibe “una realidad paralela… que es mentir sobre los hechos”, creada a través de discursos que buscan imponer versiones interesadas. Matizó que lo dice desde la distancia —“llevo diez años fuera”— pero insistió en que esa distorsión deliberada de los hechos es, a su juicio, uno de los retos centrales para quienes hoy se forman para ejercer la profesión.
Antes de concluir, González quiso sintetizar para los estudiantes tres principios esenciales del oficio que, según él, no han perdido vigencia. El primero: la importancia del orden. Frente al estereotipo del periodista caótico, defendió que “el buen periodista es uno de los tipos más organizados que hay en cualquier profesión”, porque sin estructura mental no hay claridad informativa. El segundo consejo fue la necesidad de comprender y verificar siempre la información técnica o especializada; recordó cómo, durante los días previos a la muerte de Franco, era imprescindible descifrar los partes médicos preguntando “a algún médico que te explicase el contenido exacto” para poder traducirlo a un lenguaje comprensible. Y, por último, insistió en la humanidad del oficio: estar presente, observar, hablar con las personas, porque la información no surge de un despacho ni de una pantalla, sino del contacto directo con la realidad.
La visita de Mariano González dejó en Villanueva algo más que un repaso histórico. Fue una clase magistral sobre cómo se practica el periodismo cuando no existe libertad, cuando cada palabra se pesa y cuando una intuición en mitad de la noche puede convertirse en un acontecimiento que cambia el país. Cincuenta años después, su testimonio recordó que las noticias decisivas no nacen del azar, sino de la capacidad de mirar, interpretar y actuar con rigor cuando la historia se está escribiendo.









