Es alto. Se sienta frente a su propia silueta, que emerge con la equipación verde en la pantalla. Ricardo Lobela, que presenta la sesión, le regala un balón que luego acabará en manos de una afortunada del público. Las mismas piernas que hace diez años paraban goles del Dortmund, juegan ahora sobre el escenario del salón de actos de la Universidad Villanueva. Son otros tiempos, y Diego López lo sabe: “aprovechar el tiempo y no os acomodéis”, aconseja convencido a un público que le recuerda a ese Diego que hace treinta años llegó a un Madrid desconocido desde una aldea gallega donde hacía autostop para ir a entrenar.
“Estoy muy orgulloso de mis inicios, de donde vengo”, afirma antes de hablar sobre los “duros” inicios de una carrera que comenzó en el real Madrid y le catapultó hasta lo más alto de la profesión. Si aquel ojeador asturiano no se hubiese pasado ese día por aquel pequeño equipo de Lugo, López no habría tocado lo más alto del fútbol español: “se me juntaron los astros, y supe aprovechar la oportunidad”. A los pocos días de aquel encontronazo con la suerte estaba viajando a la capital: el real Madrid estaba interesado en verle jugar. Sobre sus primeros meses en Madrid afirma que, a pesar de llamar a sus padres cada noche porque “no podía jugar allí, todos jugaban muy bien”, acabó entendiendo que “el que triunfa es el constante”. Y así lo hizo, cada tarde, cuando sus compañeros de equipo dormían la siesta a él le tocó “picar piedra” e irse a entrenar a las 4 de la tarde.
“Copiar no está mal a veces”. Afirma López tajante, confesando que él analizaba los partidos de los mejores, se los volvía a ver y se inspiraba en ellos. Y algo de razón tendrá cuando, tras haber pasado por el Real Madrid y aterrizar en el Villareal, acabó jugando en la selección española. Tras esta etapa en la que finalmente no fue al mundial de Sudáfrica, vuelve a Madrid donde encuentra el apoyo del entrenador: “Si tenía la confianza de Mourinho, ¿para qué quiero más?”. Precisamente este apoyo del entrenador es el que le ayudó a sobrellevar la “polémica” con Casillas. Sobre la relación entre los guardametas señala que, a pesar de que en una primera etapa incluso saliesen juntos de fiesta, se acabó convirtiendo en algo más difícil: “todo el entorno que había fuera perjudicó la relación”.
A pesar de lo “complicado” del vestuario del Real Madrid, López hace gala de la humildad que le caracteriza y sostiene que “al ser de los más normalitos” pasaba desapercibido y se limitaba a “observar a futbolistas como Zidane o los Beckham”. Algo que le sorprendió fue la competitividad de Michel, gallego como él, pero muy distinto en carácter. López tiene claro que una parte de él sigue en todos los clubs por los que ha pasado, en los que ha buscado crear familia, más allá del trabajo: “un `¿qué tal estás?´ al jardinero o, aunque no fuese mi competencia, trataba con él porque me gustaba que el césped estuviese de una forma determinada”. Fruto de este perfeccionismo que menciona, ha desarrollado un carácter que le ha llevado a buscar siempre “su máximo” en todos los ámbitos de la profesión.
Después del mundial, en el que no fue finalmente seleccionado, volvió al Villareal y tuvo la que fue probablemente su mejor temporada. “Hay que cambiar el chip”, afirma el gallego, cuando te encuentras en un “bache” y recordar que aquello que te ha llevado al éxito es el esfuerzo, por lo que no queda más que “seguir adelante” y recordar que, en aquellas situaciones en las que no está en tu mano hacer nada más, y has trabajado “al final consigues tu objetivo”.
Antes de finalizar la charla, López hace hincapié en algo que ha aprendido tras años de “escuchar más que hablar” y de esfuerzo constante: “da igual donde nazcas o de la familia de la que vengas, cada uno tiene su destino, pero tenemos que ayudar a que salga todo hacia delante con nuestros valores, forma de ser y esfuerzo”.