Hogares destrozados, familiares fallecidos, y mascotas perdidas. Así, comenzó una nueva vida para muchos valencianos que antes se consideraban desconocidos, pero que ahora tienen mucho más en común de lo que jamás habrían llegado a imaginar.
A esta realidad que muchos conocimos detrás de una pantalla, se quisieron acercar los alumnos de la Universidad Villanueva que, a principios de noviembre, se subieron a una furgoneta provistos de materiales y alimentos dispuestos a darlo todo por aquellos a los que el agua les había dejado sin nada.
Javier Ricbour, antiguo alumno de la universidad, fue uno de los que junto a Villanueva Solidaria, viajó como voluntario hasta Paiporta, uno de los pueblos más afectados por la catástrofe. A través de sus palabras, se puede comprobar que la DANA no solo dejó tragedia a su paso, sino también historias de solidaridad y resiliencia.
Lo que comenzó con la idea de un grupo de amigos que sienten la necesidad de ayudar en la situación de emergencia que vivió la Comunidad Valenciana hace unos meses, acabó con 200 jóvenes madrileños organizados para salir un par de días después de las inundaciones, todos juntos por una misma causa. Así, se puede desmitificar a los jóvenes que pertenecen a la “generación de cristal”, porque “si bien somos más sensibles, eso es también lo que nos ha sacado la parte bonita y la empatía que nos ha hecho ir a ayudar”, dice Ricbour.
Al llegar a la zona afectada, el joven madrileño, describe la escena como casi apocalíptica: “Miramos hacia la derecha y vimos un campo de cultivo destrozado, coches dados la vuelta, semáforos y contenedores tirados”. Algo que les dejó bastante impactados y que les dio un «golpe de realidad» frente a lo que se imaginaban que iban a ver.
El ambiente que había en el pueblo mientras estuvieron ayudando era de familia, “no sé cómo sería antes de esta tragedia, pero mientras estuvimos allí todo el mundo se ayudaba y se preguntaba si necesitaba algo”, señala el madrileño. También subraya que les acogieron con los brazos abiertos, “como si su casa fuese nuestra” y que solo el poder estar con esa gente, escuchando sus historias, en ocasiones sobrecogedoras, y sentir que aportas algo de alegría, fue algo que “nos inundó profundamente el alma”.
“Cada una de esas personas – explica Ricbour – era un ejemplo vivo de que puedes sacar algo de luz de la oscuridad, que siempre va a haber un punto blanco en el cuadro negro y que a veces hay que enfocarse un poco en eso”. Todas estas personas, después de haberlo perdido prácticamente todo, estaban “enfocadas” en ver cómo avanzar y en seguir hacia delante.
Mientras estaba allí, se acordaba sobre todo de sus hermanos y en cómo ayudar en una situación así les ayudaría también a ellos a “sanar sus propias heridas”. Ricbour estuvo tres veces: primero solo con unos amigos, luego con su hermano mayor y, por último, con uno de los pequeños. Además, subraya que todos cuando han ido, lejos de volver afectados de forma negativa, fue todo lo contrario, volvieron “iluminados”, como “si nos hubieran hecho a nosotros el favor”.
Después de toda la horrible situación, Ricbour afirma que: “Hemos podido sacar algo precioso y es que ha habido una unidad dentro del pueblo que considero que es digna de mención”.
El joven madrileño considera que ayudar en algo así es necesario «de vez en cuando». Por eso recomienda, a todo el que quiera y pueda ayudar, que vaya y lo haga, aunque sea un día, porque “esas seis u ocho horas que estás ayudando te cambian por completo la perspectiva de la vida y ya estás viendo, al menos durante una semana, todo de otra forma y valorando todo mucho más”, reitera el voluntario.