Por lo general, estudiante que tiene una habitación alquilada tiene que pagar los meses de verano en los que vuelve a casa, aunque esto depende de lo que se estipule en el contrato. Si en este se han tenido en cuenta las fechas que convergen con el curso académico del estudiante, estos meses se pueden ahorrar.
De este modo, el propietario se asegura de continuar con el alquiler al curso siguiente y conoce la disponibilidad de su piso por si quiere alquilarlo durante el verano. Por otro lado, los estudiantes se aseguran de continuar en su piso al año siguiente y saben en qué momento pueden volver a instalarse. Como es habitual en estos casos, muchos estudiantes quieren dejar pertenencias durante los meses de verano, y será el propietario quien decida si les cobra por esos dos meses o si les permite dejar sus cosas sin coste adicional. Por ello, la mejor opción siempre es anticiparse a cualquier problema, definir una realidad que compense tanto a propietario como a estudiantes, y dejar constancia de ello en un contrato.
¿Qué dice la ley sobre alquileres en verano?
La legislación actual, concretamente la Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU), no obliga a un estudiante a pagar el alquiler de los meses que no reside en la vivienda, siempre que el contrato sea de alquiler de temporada y no se haya pactado lo contrario en el acuerdo firmado con el propietario.
Este tipo de contrato es el más habitual entre estudiantes universitarios, ya que permite realizar un alquiler que coincida en duración con el calendario académico: normalmente, de septiembre a junio, lo que supone una estancia de 9 meses.
A diferencia del contrato habitual de vivienda, el alquiler de temporada no busca cubrir tan solo una necesidad temporal: en este caso, los estudios. Por ello, en el contrato debe quedar reflejada la causa de esta temporalidad (por ejemplo: «alquiler por curso académico»).
Ventajas y precauciones de este tipo de contrato
Una de las ventajas que tiene este modelo para el estudiante es que solo se pagan las mensualidades durante las que este habita en el inmueble. Ello supone que los meses de verano, en los que la habitación queda vacía, no tienen por qué pagarse, salvo que el contrato diga lo contrario.
Aunque este tipo de contrato de temporada implica tener en cuenta otros aspectos. Por ejemplo, las condiciones se negocian libremente entre ambas partes. Por ello, es importante revisar cada cláusula: el periodo exacto de duración del contrato, la opción de dejar muebles o ropa en la vivienda durante el verano, y el precio a pagar (si lo el dueño del piso así lo impone) por ese almacenamiento.
Además, se pueden solicitar condiciones más estrictas que en un alquiler ordinario, como el doble de fianza, ya que este tipo de contrato no ofrece la misma estabilidad que uno de vivienda habitual. Además, el contrato no se renueva de forma automática: cuando se finaliza el periodo pactado, hay que firmar uno nuevo para el curso siguiente.