La puerta de embarque a Tel Aviv es fácil de reconocer: un par de agentes escoltan a decenas de israelíes que se amontonan en el suelo de Barajas, todos ellos cercados por un ambiente de incertidumbre. Desde el 7 de octubre el conflicto entre Israel y Palestina se ha cobrado la vida de cientos de civiles, además de interferir en la normalidad de la vida de miles de personas.
En nuestro país, hemos podido apreciar las consecuencias de decenas de judíos que desean regresar a Israel abandonando sus trabajos, universidades o vacaciones al ser reclutados por el gobierno o con el fin de dar con sus familias. “Intento volver a mi país porque me han reclutado”, afirma Dan, un joven de origen francés que, según nos relata, se trasladó en su niñez a Israel con su familia debido a su religión. Desde hace unos años vive entre Francia y España, aunque ha pertenecido al ejército de Israel durante 4 años. “Israel es un país pequeño, todos nos conocemos. Es difícil para nosotros, nos sentimos mal, pero unidos”, nos expresa sentado en su maleta roja. A su lado se encuentra su novia, que ha preferido no revelar su identidad. Le agarra de la mano y le observa sonriente. La sonrisa orgullosa de Dan al reafirmar su religión (“soy judío”), se desvaneció hasta dar con un semblante serio tras ser preguntado por los secuestros que está realizando el grupo terrorista Hamás. “Tengo amigos que no sabemos qué pasó con ellos”, nos cuenta Dan, dirigiendo su mirada hasta la de su acompañante. Más de 200 personas según el ejército israelí han sido secuestradas desde la irrupción de Hamás en el sur de Israel. La mayoría son civiles, en especial mujeres y niños.
Tras disculparse, ambos se levantan y traspasan el ancho pasillo hasta un país muy diferente al que dejaron al venir a España. Como ellos, son muchos los israelíes que aguardan a las puertas de esta terminal rodeados de pertenencias. Algunos marchan convencidos de volver y otros vaticinan que su traslado no será temporal. Este último es el caso de un padre de familia originario de Jerusalén, que se encontraba en un congreso de profesionales del ámbito de la recuperación de datos en Madrid. Ahora trata de salir del país para reencontrarse con su hija y su mujer. Según nos relata, se enteró de lo que ocurría mediante los medios digitales, así como por sus conocidos de Israel. Antes de que estallara el conflicto, según su testimonio, había una cierta paz en Jerusalén, aunque en función de la zona: “la convivencia no era muy amistosa en la zona emblemática de Jerusalén. Ahora, cuando hay atentados en la ciudad son con cuchillos o armas, pero años atrás había también bombas y autobuses que explotaban”. Por suerte, él no vivió la etapa en la que los atentados se producían con mayor violencia. No obstante, estos han ido perdurando a lo largo de los años de diferentes formas. Es reflejo del carácter histórico del conflicto, que ha pasado por diferentes etapas desde que en 1948 se llevase a cabo la colonización para desarrollar la idea de un Estado judío, planteada años antes por el periodista Theodor Hertz, creador de la Organización sionista.
Tal y como relata nuestro entrevistado, el día del ataque un amigo de su profesión, al que conoció años atrás en un congreso similar al que acudía ahora en España, le recomendó que se desconectase de las redes: “te vas a agobiar, no tienes como influir, y la vivencia cuando vuelvas la vas a tener de todas formas”, le recomendó su amigo. Ahora, este ciudadano israelí trata de llegar hasta Jerusalén para reencontrarse con su pequeña de 10 años la que, tal y como nos cuenta, ya no acude al colegio puesto que allí se han paralizado las clases. Y con su mujer, a la que quiere dar soporte. Por su parte, espera poder reanudar su trabajo en su país: “soy perito informático, por lo que dependerá de los tipos de información personal que se necesite. Si el sistema jurídico no deja de trabajar, yo no lo haré.” Tres días después de esta conversación en el aeropuerto de Barajas, el 14 de octubre, nos pusimos en contacto con él y nos contó que logró por fin llegar a Tel Aviv, a primera hora de ese mismo día, camino a Jerusalén. Ya está con su familia.
Otra de las historias que se cruzaron aquella mañana en el aeropuerto es la de una mujer de Jerusalén, que ha preferido mantener en secreto su identidad. Ella se encontraba pasando unas vacaciones en nuestro país, cuando fue sorprendida por el ataque. “Tengo a mis niños, a mi marido, a toda mi familia está en Israel”, se lamenta esta israelí. La llamaron desde Jerusalén sus hijos, que se encuentran bien, aunque asustados, cuando comenzó el ataque. En su caso, ha preferido no desconectarse de las redes y es por Facebook por donde ha seguido lo que iba aconteciendo. Sobre lo que se vive en Jerusalén, según le cuentan sus familiares, es igual a lo que se muestra en redes. Lo cataloga de “catástrofe”. Relata además que antes “se vivía bien. Las tiendas estaban como aquí, abiertas. Había silencio en las calles.” La Ciudad Vieja de Jerusalén ha resultado ser, desde el 2021, el epicentro de los desalojos de familias palestinas en una zona conocida por estos como el Noble Santuario. A esto debemos sumar otros conflictos en Jerusalén Este, que han llevado a una situación de desesperación entre sus ciudadanos. La tensión ha aumentado en los últimos años por la dificultad para obtener permisos de residencia o el escaso presupuesto del Ayuntamiento para cubrir las demandas de la sociedad. Desde disputas por desalojos inmobiliarios en el barrio de Sheikh Jarrah, que el gobierno de Jerusalén ha relacionado con la búsqueda de violencia entre los jóvenes por parte de la Autoridad Palestina, hasta el cierre de la plaza de la Puerta de Damasco, al inicio del Ramadán. Sin lugar a dudas, este escenario ha sido el detonante para lo ocurrido en octubre: un nuevo capítulo de una guerra que se ha llevado por delante los sueños de miles de ciudadanos. Un conflicto que ha separado familias y ha interrumpido planes y vacaciones. Se respira ahora en los aeropuertos un clima muy distinto a los nervios de unas vacaciones: la angustia y las historias en primera persona nos acercan a un conflicto cuya lejanía nos impide ver con claridad el sufrimiento que genera.