Lejos del ruido habitual y de las etiquetas que el mundo impone, hay un lugar donde el tiempo se detiene y los corazones laten más fuerte. Se llama Fundación Tacumi Integración y, cada verano, abre las puertas a algo mucho más grande que un campamento: una experiencia transformadora, tanto para los niños como para los monitores y voluntarios. Este año, esa magia sucedió en el edificio B de la Universidad Villanueva, un espacio que se llenó de risas, juegos y aprendizajes compartidos.
Con más de quince años de historia, la Fundación Tacumi Integración ha acompañado a más de 55 familias, colaborado con más de 20 centros y ha recibido el apoyo de 27 entidades con tal de promover la integración escolar de niños y jóvenes con discapacidad intelectual y otras necesidades específicas de aprendizaje. Su meta es formar, apoyar y acompañar a cada persona en su desarrollo personal y educativo, favoreciendo una participación plena en la vida social, y en el futuro, también laboral. Como entidad social la Fundación sostiene sus proyectos gracias a las aportaciones de las familias y a la colaboración de entidades comprometidas con la inclusión. La mejor recompensa sigue siendo, como siempre, la sonrisa de cada niño.
La tranquilidad y felicidad con la que los padres dejaban a sus hijos todos los días era admirable, debido a que se notaba que ellos estarían siempre en buenas manos. En el campamento Tacumi, los protagonistas no son los instructores ni los voluntarios, aunque todos ellos juegan un papel esencial. Los protagonistas son ellos: niños y niñas que con y sin discapacidad, encuentran, entre parques, juegos de agua, manualidades y recuerdos inolvidables, algo que la vida no siempre les concede con facilidad: pertenencia. La asociación organiza cada año el campamento de verano con una misión clara: que ningún niño, sin importar su condición, se quede sin vivir la magia de ser niño.
Durante el campamento, los niños participan en actividades adaptadas con creatividad y cariño: talleres sensoriales, paseos guiados por la naturaleza, y zambullidas en la piscina acompañados por profesionales que favorecen la participación y el disfrute de todos. (Aunque el campamento es una de sus actividades más visibles, la Fundación Tacumi trabaja todo el año con programas de acompañamiento familiar, talleres educativos y asesorías terapéuticas. Su enfoque es integral, y su motor, el amor). El campamento de verano es una de las muchas iniciativas que la Fundación Tacumi desarrolla para promover la inclusión. Durante el curso escolar, su labor se centra en el acompañamiento educativo en las aulas, la formación al profesorado y la creación de espacios de ocio inclusivo que fortalecen los vínculos y el aprendizaje.
El corazón de Tacumi es posible gracias a su equipo de voluntarios: jóvenes, terapeutas, educadores y familias que se involucran no solo con el cuerpo, sino con el alma. La relación entre voluntarios y niños trasciende lo asistencial. No hay jerarquías, no hay “ayudantes” y “ayudados”. Hay vínculos reales, amistades improbables y afectos que se tejen con una ternura que solo el verano de Tacumi puede crear. No hay correcciones forzadas ni expectativas rígidas. Si alguien no quiere participar, puede observar. Si alguien se frustra, hay un abrazo. Si alguien se pierde en sus pensamientos, hay alguien dispuesto a esperarlo.
Las posibles dificultades de conducta con las que a veces nos podemos encontrar, se entienden en Tacumi no como un problema, sino como una forma de comunicación que requiere comprensión y acompañamiento. Así lo resume Laura Hernando, coordinadora de las aulas itinerantes: “Intento primero comprender qué hay detrás de la conducta (cansancio, frustración, necesidad de atención, dificultades para comunicarse…) y, desde ahí, ofrecer apoyo. Me enfoco sobre todo en reforzar las conductas adecuadas y dar alternativas o estrategias para reconducir las inadecuadas. Es importante la anticipación y también la coordinación con los docentes y familias”.
Algo que se aprende es que, aunque muchos de los niños que acuden a la Fundación tienen síndrome de Down, eso no hace que todo resulte más sencillo, ya que cada niño es único. De hecho, a veces se olvida algo fundamental: siguen siendo seres humanos con necesidades, emociones y características propias. Por ello, cada uno requiere un tipo de acompañamiento adaptado a su singularidad.
Como voluntario o voluntaria, tu tarea sería cuidar de un niño y darle la mano, no solo para cuidarlo y acompañarlo a todos lados, sino para ayudarlo también a aprender y recordarle que no importa su condición, que los únicos límites que tiene son los que se ponga uno mismo. “Perdonar por no soltarle la mano, es que le quiero tanto que no puedo evitarlo. Aunque sé que puede ser malo a veces si se apega a mí demasiado”, declaró un día uno de los padres al despedirse de su hijo por las mañanas. Y él no pudo haber definido mejor ese sentimiento.
No cogerles cariño es imposible. Ellos aportan y enseñan más de lo que nosotros les enseñamos a ellos. Estaba Alberto, por ejemplo, que, como cualquier niño, está obsesionado con la fantasía. Te compara con otras princesas como cumplido, te defiende de monstruos con sus poderes o con cualquier palo que encuentre por ahí, y todos los días hace acto de presencia saliendo del carruaje (o coche de su mamá) anunciando que el caballero ya ha llegado y que vencerá a la bestia para mantener a todos a salvo. Tiene síndrome de Down, pero, como se puede ver, después de todo se sigue comportando como un niño cualquiera.
También estaba Theodor, al que menos le gustaba madrugar por excelencia. Aunque al llegar se escondía detrás de su propio caballero (su papá) para ver si así nadie le atraparía y podría volver a su casa a dormir, sus intentos acababan fallando, y luego, pese a su pereza inicial, al final se divertía más que nadie. A pesar de su timidez, con el tiempo te sonreía y aceptaba que le abrazases, y gruñía siempre si alguien se metía con su hermana pequeña, María; una niña neurotípica que, en parte por tener un hermano también con síndrome de Down, era la pequeña más empática y defensora del mundo.
Lo mismo con Amanda, otra niña que siempre explicaba a los adultos cómo lidiar con su hermano Martín, del mismo síndrome, y lo haría mejor que muchos. Ella aclaraba con paciencia cosas sencillas, como que, a pesar de las apariencias, era él el mayor. Y luego asuntos más complejos, como cómo se debía administrar agua a través de su gastrostomía cada ciertas horas para mantenerlo correctamente hidratado.. Siempre presumía feliz del progreso de Martín ya comiendo por sí solo (porque antes había que inyectarle los nutrientes también) y ansiaba que algún día pudiera hidratarse de forma convencional como los demás. Es una hermana orgullosa.
Y la Fundación Tacumi se siente orgullosa igualmente de sus avances y de demostrar cómo todos los niños, por muy distintos que sean, pueden convivir entre sí. Se aprende mucho de los silencios; habrá chicos que no se comunican de forma verbal, pero su lenguaje está en la mirada, en un gesto, en cómo te buscan. No hay que pedir que se adapten al mundo; más bien, hay que intentar que el mundo se adapte a ellos.
“Por ejemplo, una vez tenían que buscar huevos de Pascua de chocolate en clase y varios niños, lo primero que hicieron, fue acompañar a su compañera con síndrome de Down a encontrar el suyo, y solo después buscaron el suyo propio. Ese gesto, con apenas 5 años, no es nada habitual”, recordaba Hernando con cariño, uno de los momentos en los que se dio cuenta de que su esfuerzo y el de la fundación merecían la pena. Pueden ser pequeñas acciones a simple vista, como hacer que Raquel supere su miedo a los perros trayendo un perro de terapia, o llevando a Marcos a la piscina aunque él vaya en silla de ruedas. Pero luego en las fotos que se toman y las memorias que se viven, uno se da cuenta que esto va más allá.
A pesar de que la Fundación sea un bien para la sociedad, todavía queda mucho trabajo por delante. Como mencionaba Laura Hernando: “La Fundación ha conseguido que niños y jóvenes con discapacidad intelectual tengan más oportunidades reales de inclusión. Socialmente, cada niño integrado cambia también a su entorno: compañeros, familias y profesorado descubren que la inclusión no es un favor, sino una riqueza para todos. Aun así, la inclusión escolar no es una realidad aún alcanzada y queda mucho camino por recorrer.”
Un estudio de Fundación ONCE y KSNET (2024) reveló que la tasa de abandono escolar temprano entre jóvenes con discapacidad es del 19,9 %, y sube al 25,1 % cuando se consideran solo los estudios oficiales o reglados. A modo de contexto, en 2011 esta tasa para personas con discapacidad era del 43,2 %, por lo que ha mejorado, aunque la desigualdad persiste.
Entre las principales causas del abandono escolar en jóvenes con discapacidad se encuentran la percepción de bajo rendimiento (24,7 %), el malestar en el centro educativo (19,5 %), los problemas de salud o terapias derivadas de la discapacidad (18,2 %), el acoso escolar (10,4 %) y la falta de opciones educativas adaptadas a sus intereses (15,6 %). Según los investigadores, estas dificultades se acumulan con el tiempo, generando una desconexión progresiva con el sistema educativo. Y como se puede apreciar, muchos de estos casos pueden evitarse con empatía y poniendo un poco más de atención en esos estudiantes.
Cualquiera, no solo de la Universidad Villanueva, puede aportar su granito de arena y apuntarse a las actividades didácticas que hace la fundación cada mes y su campamento. En un tiempo en que la rapidez y la indiferencia parecen ganar terreno, Tacumi se convierte en un faro que recuerda lo esencial. Porque aquí, entre juegos y abrazos se aprende lo que ningún manual indica: que la diferencia no divide, enriquece; que la inclusión no es un favor, es un derecho; y que, cuando se cuida con el corazón, florece lo mejor de todos nosotros.